Sería muy obvio comenzar esta crónica destacando el hecho de que Viena es una de las capitales más cosmopolitas de Europa y una de las ciudades más bellas del mundo. Pero además,  como Músico,  yo tengo que comentar que si mi vida me lo permitiera y pudiera elegir una ciudad para vivir, sería Viena sin duda alguna.

¿Por qué?  Muy fácil:  porque Viena es  «LA CAPITAL MUNDIAL DE LA MÚSICA»

Tras soltar las maletas en el hotel, evidentemente —como Músicos que Almudena y yo somos— lo primero que hicimos fue dirigirnos a la casa donde vivió nuestro compositor clásico más admirado: Wolfgang Amadeus Mozart.

Mozart vivió en esta casa durante la última etapa de su vida: desde que se casó con Constanze a los 23 años hasta que murió con 35. En realidad, este apartamento es de unas dimensiones muy pequeñas. De hecho, actualmente forma parte de una comunidad de privilegiados vecinos que pueden decir que viven al lado de la residencia en la que Mozart compuso sus más grandes obras: su Réquiem, su famosa Sinfonía 40, Las bodas de Fígaro o La flauta mágica, cuyos manuscritos se guardaban en varias vitrinas de una de las estancias de la casa.

El apartamento tiene 3 habitaciones y un baño. Entre sus estancias podíamos encontrarnos con el mismísimo piano (llamado clavicordio en la época) que Mozart utilizó para componer melodías tan sublimes como su Serenata nocturna o sus inigualables Sonatas para Piano.

Como anécdota, comentar que —al ver el piano de Mozart— evidentemente, yo como pianista lo primero que hice fue tocar el inicio de la Marcha Turca del genio de Salzburgo. Pero el improvisado concierto duró poco:  un terremoto pareció iniciarse detrás de mí.

¿Qué demonios era eso?  ¿El espíritu de Mozart que se apareció para seguir tocando conmigo la pieza a 4 manos?  Ni mucho menos… El desagradable ruido salía de las fauces de un imponente guardia de seguridad de 2 metros y 140 kilos de peso que hacía violentos aspavientos con los brazos y me gritaba en Arameo que apartase mis manos del piano.  Blanco como la nieve me alejé del instrumento con mucho disimulo y seguí la visita como si la cosa no hubiera ido conmigo. Muchos años después, aún me pregunto por qué aquel guardia no me echó a patadas de allí…

Bueno… sí lo sé:  porque a mi alrededor se agolpaba un puñado de personas con sonrisas de oreja a oreja escuchándome muy atentamente tocar la pieza. Así que muy mal no debió salirme la Marcha cuando Almudena me dijo que algunas personas abuchearon al guardia por haberme cortado la interpretación.

Ya se sabe que «LA MÚSICA AMANSA A LAS FIERAS»

Como ya sabéis si habéis leído alguna otra de nuestras crónicas viajeras, os habréis dado cuenta que tanto Almudena como yo somos de ideas fijas, es decir, programamos los viajes al milímetro.

Nuestra siguiente parada era la Casa-museo de otro gran compositor:  Beethoven. Pero resulta que, inesperadamente,  «LA CAPITAL MUNDIAL DE LA MÚSICA» nos tenia deparada otra gran sorpresa:  por el camino nos encontramos con el Museo Nacional de la Música:

Este es el museo más importante de Viena. Y por un motivo que aún hoy en día sigo sin entender, se nos pasó incluir en nuestra rigurosa planificación. El museo es una auténtica pasada. De hecho, tiene de todo:  salas con las tecnologías auditivas más avanzadas del mundo, instrumentos musicales utilizados por los grandes Compositores de la Historia de la Música, autorretratos auténticos de dichos autores, esculturas de cera de estos Músicos y partituras originales manuscritas por ellos:

Como ya sabéis, como siempre vamos corriendo a todos sitios, pues no nos daba tiempo a almorzar en un restaurante en condiciones. Así que decidimos comprarnos un perrito caliente en un puesto callejero y…

¡Bien bueno que estaba!

Aunque nos dimos prisa en almorzar, lo cierto es que nos perdimos callejeando por la ciudad. ¿La razón? El idioma. El inglés lo controlamos bastante bien, pero el alemán cuesta mucho más trabajo. Moviéndonos por el metro de Viena fue muy fácil por 2 motivos: porque casi el 100% de la gente joven vienesa que lo utiliza es plenamente bilingüe (alemán-inglés). Pero las personas de mediana y avanzada edad que nos encontrábamos por las calles no hablaban absolutamente nada de inglés. Así que nos perdimos y llegamos a la Casa-museo de Beethoven una hora y media más tarde de lo previsto.

Pero la espera valió la pena  ¡Ya lo creo que lo valió!

La casa en la que vivió Beethoven en su etapa de madurez y hasta su muerte (en el año 1827) era mucho más grande que la de Mozart. La explicación de este hecho se justifica porque Beethoven tuvo mucho más reconocimiento en vida que Mozart y ganó mucho más dinero. Además, debido al inmaduro carácter de Mozart, los pocos florines que ganaba se los gastaba con sus amigos en las tabernas de la ciudad. No ahorraba y era incapaz de sacar adelante a su familia. De hecho, como todos sabemos, cuando Mozart murió, su esposa no tenía dinero ni para pagarle un funeral. Y el Compositor más grande de la Historia de la Música fue enterrado en una fosa común con pordioseros, delincuentes, vagabundos y gentes de mal vivir.

El caso es que la casa de Beethoven era muy grande:  tenía dos plantas, un patio delantero, un vestíbulo principal y un amplio jardín trasero en el que, al final de su vida, el maestro de Bonn daba paseos para mantenerse alejado de la sociedad por su inoportuna (e implacable) sordera.

Nada más entrar en la casa, nos encontramos con un impresionante busto de Beethoven y su máscara mortuoria: la prueba más fiel de cómo fue el verdadero rostro de Beethoven:

En otra de las estancias se encuentran los manuscritos de algunas de sus más famosas partituras. Es emocionante imaginarse a la imponente figura de Beethoven escribiendo con su pluma nota a nota en esos mismos papeles todas aquellas obras maestras del Clasicismo. Además, se encuentran sus famosos «Cuadernos de conversaciones», una recopilación de textos que Beethoven escribía a sus interlocutores (ya fuese en folios o pizarritas) para —al estar completamente sordo— poder comunicarse con ellos.

Un apunte final de esta visita:  cuando ya dábamos por finalizada nuestra excursión me encontré con esta pequeña habitación:

No se distingue muy bien, pero es el piano de Beethoven, tal y como él lo dejó tras su muerte. Mi instinto me hizo dar el paso para cruzar la puerta y ponerme a tocarlo como loco…

Pero Almudena, poniendo la cordura —como es usual en ella— me cortó las alas agarrándome el brazo con tanta fuerza que me hizo un cardenal.  Con los ojos inyectados en sangre me gritó: ¿Ya has olvidado al gorila de esta mañana? Mi respuesta fue automática:  ¡Evidentemente! ¿Es que no me conoces?

El día había sido muy emotivo, así que ya era hora de irse al hotel que, como popularmente se dice: ¡Mañana será otro día…!

Y vaya si lo fue…

Nuestra jornada comenzó visitando la catedral de San Esteban, situada en pleno centro de la ciudad,

La iglesia —construida en el siglo XII— por fuera es de estilo gótico. Con unos impresionantes pináculos que me recordaron a los del arco superior de la catedral de Sevilla. En cambio, el interior de la catedral mezcla el estilo gótico con el románico:

Como Músicos que somos, al entrar en el interior del templo, hicimos la primera de las dos paradas obligatorias: la capilla de la Cruz en la que se sitúa la placa conmemorativa de Mozart.

El genio de Salzburgo fue Director musical de la Catedral hasta su muerte (acaecida en 1791), y en esta capilla se casó con Constanze en 1782. Además, aquí bautizaron a sus dos hijos.

La siguiente parada obligatoria fue el órgano de estilo barroco construido por el gran Bartolomeo Cristofori. Cuenta con 54 registros sobre 4 manuales. Todo un prodigio de la artesanía musical, sobre todo para esa época:

Tras nuestra visita a la catedral, nos vestimos de gala para asistir a un concierto en el  Wiener Staatsoper (conocido popularmente como «la Ópera de Viena»).

La «Ópera de Viena» es quizás —y con permiso de La Scala de Milán— el teatro más importante del mundo. Es famoso el «Concierto de Año Nuevo» de Viena, que se celebra allí todos los años. De hecho, sus conciertos y recitales tienen tanta demanda que se debe solicitar una entrada con meses (y a veces años) de antelación. Nosotros compramos la entrada de la ópera «El barbero de Sevilla» de Rossini con 4 meses de antelación.

Tras una magnífica velada, tocaba irse a dormir pronto, ya que había que coger fuerzas para el día siguiente porque llegaba el plato fuerte de nuestra visita a Viena:  la visita al «Cementerio de los Músicos».

El cementerio de Viena es el más grande de Europa. De hecho, una de sus parcelas, la 27, está dedicada exclusivamente a los célebres músicos que allí vivieron y murieron:

BRAHMS
SCHOËNBERG
SCHUBERT
DVORAK
WOLF
STRAUSS

Pasamos el día entero en el cementerio visitando las tumbas de los grandes compositores, los cuales, admiramos y veneramos. Aún recuerdo el rostro de Almudena mientras nos estábamos tomando el bocadillo entre tumba y tumba. Me acuerdo de que su expresión facial era de total incomprensión. Recuerdo que le pregunté:

¿Qué te pasa, Almu?

Y ella me respondió:

Que no entiendo por qué tenemos que almorzar un bocadillo lamioso rodeados de tumbas de gente muerta, en lugar de haber ido a almorzar a un sitio en condiciones. Porque  ¡Anda que no tiene que haber buenos restaurantes en Viena!

Yo la miré con condescendencia, le sonreí irónicamente, me levanté y me dirigí a las tumbas de Mozart y Beethoven:

Como habéis podido comprobar, nuestra primera visita a «la capital mundial de la Música» estuvo enfocada casi exclusivamente al Arte musical. Aunque de manera indirecta y muy rápida (casi precipitada) también disfrutamos de la rica arquitectura de esta bella ciudad: